SD JOSÉ BALLESTA POZUELO, seminarista



"Diles que perdonen a estos hombres,
porque yo también los he perdonado"

José Ballesta Pozuelo nació en Redován (Alicante) el año 1915, hijo de Antonio («El Cojo») y de la «Tía Teresa», familia cristiana donde las haya. Teniendo bienes agrícolas, sin embargo la familia se distinguía por fabricar las mejores alpargatas de la comarca. Eran de lona y suela de cáñamo, pero con un estilo singular que las diferenciaba
de las demás; eran las alpargatas de Redován. «Ve a casa del “Cojo Ballesta”, y pídele a la Tía Teresa, verás cómo te ayuda». Frases como esta se repetía con frecuencia al oído de tantos pobres de dentro y fuera del pueblo. «Calzar pies desnudos y secar lágrimas de tantos doloridos…», ése podría haber sido el cartel que se pusiera en el frontispicio de aquella casa.

En un ambiente familiar así, lleno de amor cristiano, no es extraño que germinara la decidida entrega a Dios por parte de uno de sus hijos, éste fue José Ballesta Pozuelo. El año 1928, tras una misión popular dirigida por Padres Redentoristas, el preadolescente Pepe Ballesta, quiso ser misionero como aquellos predicadores. Orientado por buenos consejeros, ingresó en el Seminario diocesano de San Miguel de Orihuela. Desde el primer momento, manifestó Ballesta una mente despierta para el estudio y un corazón entregado a las mejores relaciones para con Dios. 

Por su saber se le concedió una beca completa para que iniciara sus estudios en Roma. Llegada la II República con sus imposiciones laicistas, mientras otros compañeros se arredraban, Ballesta volvía cada vez con más fuerza para iniciar un nuevo curso en el Seminario. 
El Señor quiere podar su parra, decía a su madre, cuando ella se
lamentaba porque algunos muchachos no volvían.

Estaba en lista y no incendiaron el Seminario de San Miguel. ¿Por qué? Porque Ballesta, joven de 20 años, disfrazado de miliciano, puesto a la cabeza, desvió la manifestación aquella tarde hacia la Plaza Nueva, donde según estaba previsto se iba a pronunciar un mitin: «Primero vamos al mitin —les gritó— y después quemamos el Seminario». Luego, se hizo tarde.

Estallada la guerra civil española en julio de 1936 estuvo tres veces encarcelado. Los testigos de aquella iglesia convertida en cárcel contaban el ejemplar comportamiento, cristiano y sacerdotal de Ballesta durante aquellos días de cautiverio. Con emoción hasta las lágrimas, contaba estas cosas el padre de quien esto escribe: «…puesto de rodillas, rodeado de sus compañeros, nos hablaba de la Pasión del Señor de tal modo que todos estábamos dispuestos a morir por Dios». Sabiendo que la entrada en tropel de los milicianos en la iglesia-cárcel era para llevarlo a la muerte, ayudado de sus amigos, escapó por la sierra hasta casa de unos conocidos del Rincón.

Al día siguiente, sabiendo que podían hacer daño a un tío suyo por no delatarlo, él mismo se presentó en el Comité, poniéndose a disposición de ellos. Subido al coche de la muerte y llevado a tres kilómetros del empalme de la carretera de Santomera a Fortuna, habiendo bajado, se lanzó a correr velozmente por entre aquellos riscos.
 
«Dejémoslo a su suerte», dijeron los milicianos. Pero al momento, el que creían escapado, volvió corriendo a donde estaban sentados, pidió perdón por haber echado a correr, dio un abrazo al chófer para sus padres, y le entregó su reloj con esta encomienda: «Diles que perdonen a estos hombres, porque yo también los he perdonado». 

Puesto de rodillas con los brazos en cruz, teniendo en su mano derecha una imagencita del Corazón de Jesús, gritó: ¡VIVA CRISTO REY! 

Fue asesinado a sus 21 años el día de Todos los Santos de 1936.

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