SIERVO DE DIOS ANTONIO BARBERÁ SENTAMANS


Nació en Guadasuar, Valencia, en 1893, de padres honrados y posición económica desahogada. Empezó la carrera eclesiástica, a la cual se sintió inclinado desde sus primeros años, ingresando en el Colegio de Vocaciones Eclesiásticas de dicha capital, donde cursó los estudios de Latín y Humanidades. Pasó luego al Seminario Central, en el que estudió Filosofía, Teología y Derecho Canónico, con notable aprovechamiento, habiendo obtenido en todos los cursos la nota predominante de sobresaliente y graduándose de Doctor en las dos últimas facultades.

Ordenado de Presbítero, se le envió como Coadjutor independiente de Guadasequies, de donde pasó a ocupar una de las Coadjutorías de San Esteban, de la capital, cargo que desempeñó satisfactoriamente. Se le nombró luego Profesor en la Facultad de Derecho y Archivero de su Seminario.

Teniendo necesidad nuestro Excmo. y Rvdmo. Prelado de un Sacerdote idóneo, a quien confiar la Secretaría de Cámara, lo escogió para este difícil cargo, confiriéndole a la vez una canonjía en la S. I. Catedral. Durante el tiempo que desempeñó dicho oficio guardó a su Señor una lealtad inquebrantable y una docilidad ciega.

Al estallar la revolución hallábase en el pueblo de Benimantell, de donde trasladóse a su pueblo natal, cuyo comité le obligó a segar arroz por espacio de quince días.

Salió de Guadasuar con propósito de esconderse en Valencia o en Barcelona; mas fue detenido y encarcelado en Alcira, a donde dos familiares fueron a buscarle, siendo asimismo detenidos por los rojos, quienes sacaron a los tres una noche y los mataron a tiros de escopeta cargada con perdigones.

Los asesinos, considerándolos muertos, los dejaron abandonados debajo de los naranjos; pero al querer al día siguiente recoger los cadáveres para darles sepultura, no encontraron al del Sacerdote, a quien, habiéndolo buscado, lo encontraron desangrado, si bien aún con vida; y así lo condujeron al cementerio. Mas al oponerse el sepulturero a enterrarlo con aquella poca vida, el semimuerto abrió los ojos y en ademán de gratitud los dirigió hacia él. En vista de lo cual los esbirros le hicieron varios disparos sobre la cabeza para rematarlo; y luego el piadoso sepulturero ejerció su caritativo oficio.

(Del Folleto de 61 páginas “Héroes de la Fe”, escrito recién terminada la guerra española, por el M. I. Sr. Don Joaquín Espinosa Cayuelas, Rector del Seminario Diocesano, que también padeció persecución y prisión).