SIERVO DE DIOS JOSE DEL CAMPO ALBIÑANA


Sacerdote Coadjutor de la Parroquia Nuestra Señora de la Asunción de Ayora (Alicante)

En los años que inmediatamente precedieron a la contienda civil, en los que «se mascaba la tragedia», recuerdo a un profesor de Teología del Seminario (1), quien comentando la situación nos dijo: «Sólo me consuela el escuchar cada ma­ñana en la catedral la lectura del Martirologio». Porque en tiempos de persecu­ción, el ejemplo de los mártires alentaba y confortaba. Y el que sufrió la iglesia española superó todos los pronósticos. Prescindiendo de motivos políticos, el nú­mero de sacerdotes, religiosos y seglares sacrificados por el delito de ser miem­bros de la iglesia es elevadísimo. Baste leer la prensa de aquellos tiempos para confirmarnos en lo dicho. Decía «La Vanguardia» el 2 de agosto de 1936: «La clase obrera ha resuelto el problema de la iglesia, no dejando en pie ni una si­quiera...». «Hay que extirpar a sacerdotes y religiosos... La iglesia ha de ser arran­cada de cuajo de nuestro suelo..., «Solidaridad Obrera» del 15 de agosto. En un congreso internacional celebrado en Moscú en 1937, decía el representante es­pañol: «Nosotros hemos resuelto el problema religioso. España ha sobrepasado la obra de los soviet; la iglesia no existe en España (2) porque ha sido aniquila­da». Con estas consignas no puede extrañarnos la muerte de tantos inocentes.

Uno de ellos era D. José del Campo Albiñana, nacido en Ayora el año 1877.

Sintiéndose inclinado al estado sacerdotal, ingresó en el Seminario de San Mi­guel, de Orihuela, y superados dignamente todos los cursos, fue ordenado sacer­dote en 1902.

Quiso la providencia que su primero y único destino fuera su pueblo natal, y allí permaneció fiel a su ministerio, hasta el fatídico 1936.

Vida al pare­cer rutinaria, pero empleada y gastada por los demás, porque el sacerdote evan­geliza a los pobres, siembra esperanza en los que la han perdido, pone amor en donde hay odio, une lo separado y enseña desde niños que hay un Dios Padre de todos.

Pero en palabras del Evangelio: «Si a Mí me han perseguido también os perseguirán a vosotros». Y a D. José le llegó la hora del martirio y de la prueba. Por causa de enfermedad, yacía en el lecho del dolor, pero sin entrañas, le arran­caron violentamente de la cama y condujeron a la cárcel (3). Al siguiente día, trasladado en el coche asesino, lo ejecutaron en el término de Bonete. Así trata­ron sus paisanos a este hombre sencillo e inofensivo. Dios tenga misericordia de tales verdugos, por quienes desde el cielo rogaría D. José (4).


(1) «Héroes de la fe», Mons. Joaquín Espinosa, 1942.


(2) Datos: Boletín del Obispado, «Héroes de la fe», J. Espinosa; «Persecución religiosa en la Diócesis de Cartagena», Emilio Sánchez Baeza, 1987.


(3) D. José Sanchiz Royo, Canónigo Penitenciario de la Catedral de Orihuela.


(4) Palabras de J. D. en el Congreso de los Sin-Dios en Moscú, p. 73, P. Religiosa.