SIERVO DE DIOS PASCUAL MARTINEZ HEREDIA Párroco de Crevillente

Don Pascual nació en Redován el 23 de marzo de 1871, hijo de Pascual y de Manuela, fue bautizado el mismo día de su nacimiento en la Parroquia de San Miguel y ordenado sacerdote el uno de junio de 1896. Su muerte violenta tuvo lugar en el kilómetro 14 de la carretera de Elche a Dolores en la madrugada del 30 de agosto de 1936. Lo ha confirmado un testigo de vista. Contaba con 65 años.Hemos adelantado y recuadrado las fechas más importantes de nuestro recordado Don Pascual, para no perderlas en el relato sobre su vida y martirio que, aunque breve por necesidad, podría producir su omisión. (En preparación su biografía completa).

Redován cuenta con una historia larga y brillante de vocaciones sacerdotales y religiosas.

En esta misma cuna dio sus primeros balbuceos, y despertó a la vida de fe el Siervo de Dios Pascual Martínez Heredia. Estos apellidos son muy conocidos y estimados en aquel pueblo.

De padres muy cristianos, honrados, agricultores recibió, sin duda, Don Pascual, aquel temperamento de incansable trabajador al mismo tiempo que una inteligencia lúcida para el estudio y la enseñanza, y un corazón sensible ante todas las miserias humanas.

Ingresó muy joven en el Seminario de Orihuela, manifestando, desde los primeros cursos, cualidades singulares.

Recién ordenado sacerdote, fue nombrado titular de la cátedra de Metafísica, que desempeñó muy dignamente durante un quinquenio.

A pesar de su juventud (30 años) fue tan brillante su actuación en las oposiciones a curatos de 1901, que el Prelado, con el beneplácito del Tribunal examinador, le nombró cura párroco de Ntra. Sra. de Belén, de la importante villa de Crevillente.

Su talento y virtud se manifestaron en los 36 años que regentó la parroquia.

Su amor a los pobres llegaba al extremo de entregar su propia comida a los necesitados de las cuevas y barriadas de la Salud y Los Ángeles.

Para remediar las injusticias so­ciales, de las que eran víctimas las clases deprimidas, fundó y fue el primer presi­dente de la Caja de Ahorros Nª Sª de los Dolores de Crevillente, que ha desarrollado un amplio programa benéfico y social, con la gratitud de la pobla­ción crevillentina.

Es el párroco (lo he oído de testigos oculares) que ha dejado mayor estela, y a los 70 años de su muerte, su memoria sigue siendo recordada y bendecida.

Su labor social y benéfica no se limitó a la fundación de la Caja de Ahorros, sino que para remediar a los más pobres y ayudarles en sus domicilios, fundó la Conferencia de San Vicente de Paúl, que tras cerca de un siglo aún subsiste.

Tras el 20 de febrero de 1936, D. Pascual sufrió lo indecible (procesiones suspendidas, toques de campana multados, horas limitadas en la apertura de la iglesia y de los cultos...), demostrando una paciencia admirable. A veces decía: «Creo que esto acabará mal, y yo seré la primera víctima...».

Tras el 18 de julio, con riesgo y precaución, abría la iglesia durante una hora y celebraba la misa... ¡Sus últimas misas!

El 23 de julio, jueves, durante la celebración eucarística, el templo fue inva­dido por una turba sacrílega, que inició el saqueo de la iglesia y destrucción de imágenes.

Devastado y clausurado el templo e imposibilitado de ejercer el ministerio, marchó a Orihuela por razones de seguridad, refugiándose en casa de una sobri­na, donde permaneció unos días, pero sabiendo que un grupo de Crevillen­te iba en su busca, se refugió en el Asilo de Ancianos.

Al no encontrarle, amenazaron de muerte a sus familiares, y localizándole en el citado asilo, por la fuerza sacaron a D. Pascual, lo montaron en el coche de la muerte y en el bar Zara, lo encerraron en el retrete mientras los milicianos y la miliciana tomaban unas copas.

En el coche, durante el trayecto fueron torturándolo hasta llegar al lugar de la muerte.

Detenidos en la cuneta de la carretera de Elche a Dolores (K. 14) lo martirizaron ig­nominiosamente, con una crueldad increíble, que nos resistimos a describir por respeto a los menores. El dictamen forense es muy elocuente.

Don Pascual murió perdonando y bendiciendo. Roguemos para que su beatificación se realice pronto.

Tiene calles dedicadas en Redován y Crevillente. No sólo perdura su memo­ria, sino que bastantes personas que le conocieron, encomiendan a él sus problemas y dicen haber obtenido gracias por su intercesión.